La tarde estaba sosegada y dulce.
Desde la ventana del dormitorio podía ver al perro del vecino dormir plácidamente entre el sol y la sombra que formaba un grupo de Aligustres. Le hipnotizaban los movimientos que el viento provocaba en sus copas. Le encantaban los árboles. Viajó a Irán sólo para ver un ciprés de algo más de 4000 años, y a California solo para buscar al Hyperium, del que dicen es el árbol más alto del mundo con más de 200metros de altura y que tardó tres meses en encontrar porque su ubicación se mantiene en secreto. Conocía los lugares por los árboles: Escocia por los tejos milenarios; Sudáfrica por los ejemplares de eucalipto gigante; Japón por sus juniperos y almendros…
Así que, aquella tarde sosegada y dulce, cuando su padre se dispuso a talar los Granados que habían formado parte de la casa familiar desde que eran una familia, alguien podría haber previsto lo que sucedió: En aquel dormitorio, a medida que aquellos granados morían, ella se apagaba lentamente con cada rama caída, cada savia derramada…. como el bosque de álamos en Utah, un gran organismo vivo donde cada árbol forma parte de un único ejemplar con más de 80.000 años, (¡80.000! El doble de tiempo que hace que salieron nuestros ancestros del continente africano) ella formaba parte de aquellos granados y cuando el último cayó, ella dejó de respirar.
Y la tarde continuó sosegada y dulce.
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