El aroma a café recién hecho que desprendía su entrepierna podía indicar que eran las 10 o las 17 horas. Uno nunca podía saber cuándo se había levantado de la cama pues pasaba el día despeinada y en camiseta. Tras hacer la comida oportuna -desayuno, merienda- se dejó un trozo de tiempo entre los dientes. Se lo advertí y refunfuñó. Se sentó a seleccionar las madrugadas mientras silvaba la marcha del coronel Bogey. Nos habíamos convertido en la resistencia, ahí exiliados de nosotros mismos y de lo que habíamos sido; forasteros sin saber muy bien cuántas batallas habíamos ganado. No recordamos la última vez que abrimos las ventanas ni a dónde lleva el camino que sale de detrás de la casa. Aquí sólo hay cajas llenas de munición y rutina. Cualquier día, ésta última, acabará con nosotros.
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