Joe

Corría el año 2011, mi grupo de country y yo andábamos de bolo por la ribera del Tajo. Joe y yo habíamos cogido unos ratoncillos silvestres y pretendíamos que sobrevivieran en una caja de zapatos.  Era la quinta noche que lo intentábamos. Las cuatro noches anteriores, todas en La Mancha, habíamos logrado el objetivo de cazarlos pero el objetivo de que sobrevivieran  no lo estábamos consiguiendo. A la mañana siguiente aparecían muertos. Tiesos. Cómo si se hubieran quedado petrificados por haber mirado alguna medusa y a pesar de tener agua y comida -y una caja de cartón de la que escapar fácilmente a mordiscos- se habían quedado en el mismo rincón donde por última vez los habíamos visto Joe y yo la noche anterior.
Así que ahí estábamos  la sexta noche de gira, con el séptimo ratón y el quinto intento. Yo miraba a Joe y le decía que con este tendríamos más suerte. También pensaba en que nos estábamos convirtiendo en asesinos y que tarde o temprano tendríamos que acabar con aquello.  Tal vez no se pudiera tener un ratón silvestre de mascota. Pero esto no lo decía porque  Joe se había empeñado en que le enseñaría a tocar la armónica si conseguíamos  que sobreviviera.

Y  qué queréis que os diga yo eso no me lo quería perder por nada del mundo…

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