Íbamos a pasar una buena tarde. Cada una llevaba en la mochila el bocadillo que le había preparado su abuela, un refresco y alguna chuchería. Bueno, Dani y yo llevábamos lo que todos conocemos como chucherías, Nora llevaba una lata de mejillones porque su abuela tenía un concepto diferente sobre lo que son las chuches, pero ella nunca se quejaba. Bajamos la cuesta del río haciendo una carrera con la bici. Siempre lo hacíamos, y Dani siempre ganaba porque era competitiva pero sobre todo porque era valiente y bajaba la cuesta –empinada y llena de curvas- como si no le importara que una piedra la hiciera volar por los aires y la estampara en el suelo, como me decía a mí mi abuela que me pasaría si bajaba como una loca. Suponía que algo parecido le decían a Nora porque ella también bajaba despacio. Llegué la segunda y tiré mi bici al lado de la de Dani. Nos quitamos la ropa y nos metimos en el agua. Fuera, Nora dejaba su bicicleta y sacaba el bocadillo. Para ella lo primero siempre era comer. ´Yo ahora voy que tengo hambre´, nos gritó desde el alto mientras se quitaba la ropa sujetando el bocadillo a la vez. Segundos después un torrente de agua nos arrastraba río abajo como dos jerseys sucios dando vueltas en la lavadora. No sé cómo, en medio de ese caos de troncos, ramas y piedras centrifugando Dani logró agarrarme y agarrarse, a su vez, a un árbol estable que quedaba en medio del agua. A penas podíamos sostenernos porque las ramas arrastradas nos golpeaban. Miramos a nuestro alrededor, no veíamos a Nora, ni las bicis, ni sabíamos dónde estábamos. Observé los labios de Dani temblorosos mientras me decía que teníamos que pensar cómo salir del agua o el agua nos arrastraría. En ese momento me dí cuenta de que íbamos a morir. Estábamos demasiado lejos de cualquiera de las dos orillas como para conseguirlo. Encontrarían nuestros cadáveres hinchados flotando más allá de Arévalo y sería el tema del verano en toda la comarca. Como cuando Manuel e Isi se perdieron en los pinares; Con helicópteros como ese día pero sin final feliz. No dije nada pero creo que Dani estaba pensando lo mismo que yo. Tenía cara de estarse imaginando a sí misma hinchada y flotando boca abajo cuando oímos nuestros nombres. El cuerpo de Nora vestido con un bikini de rayas, sus pies descalzos sucios y arañados, restos de la grasa del chorizo de aquel primer bocado en las comisuras de los labios: Nuestra salvadora. Sin apenas darle tiempo a llegar a la orilla Dani le pidió a gritos que fuera al pueblo a por ayuda porque ella no iba a poder sacarnos sola porque estaba flaca. Nora se alejaba a por su bicicleta y entonces Dani le gritaba que no se fuera, que el pueblo estaba muy lejos y que para cuando llegara con la ayuda ya estaríamos muertas. Nora volvía sobre sus pasos y cuando ya podíamos verla de cuerpo entero Dani volvía a pedirla que fuera a por ayuda al pueblo. Y cuando se alejaba la volvía a pedir que volviera. Y así una y otra vez hasta que por fin Dani le pidió que buscara algo que pudiéramos usar para salir y que se pudiera atar a algún árbol. A mí a estas alturas me parecía como si los troncos que pasaban a nuestro lado pudieran resbalar sin hacernos daño porque nos habíamos convertido en juntos flexibles pero lo que pasaba es que la hipotermia hacia que ya no sintiera dolor en las piernas y estaba casi al borde de perder el conocimiento. ´Mueve las piernas boba´, me grito Dani sacándome de mi ensoñación, ´¿no sabes que hay que moverse para generar calor?´. Dani a veces nos habla como si fuera una profesora cansada de enseñar las mismas cosas, aunque esta vez la frase estaba dicha con el tartamudeo del frío que también le producía la hipotermia. Empecé a mover las piernas y a balancearme como ella hacía con sus labios azules. Éramos sirenas. Nora encontró una cuerda. Pero era corta. Así que la ató a un tronco que flotaba en la orilla pero ningun árbol quedaba lo suficientemente cerca para atar el artefacto así que Nora sujetaría el otro extremo. Dani decidió que yo cruzaría primero porque pesaba menos que ella y luego entre Nora y yo la sacaríamos a ella. Yo estaba muerta de miedo y Dani debió de notármelo porque añadió con su estilo de profesora tartamudeando “tete aagarras al trotronco y tete dejas llellevar, hahaces una paparábola hasta la orilla y aaaallí ya sasasales.´ Yo no sabía si lo que decía era verdad ni sabía lo que era una parábola porque Dani y Nora tenían un año más que yo y a veces no sabía si hablaban de cosas del colegio que yo aún no había aprendido o simplemente me tomaban el pelo. En todo caso quise creer que haría la mejor parábola posible y todo saldría bien. Y no sé muy bien cómo, así fue. Nora volvió a tirar el extremo de la cuerda atado al palo mientras yo me abrazaba a ella para hacer más peso. Dani se agarró y cruzó pero fue a dar a una zona más difícil por la que salir del agua que la obligó a soltar la cuerda para no arrastrarnos a nosotras que nos tambaleábamos y se agarró a unas raíces próximas a la orilla. Me solté de Nora y fui a ayudar a una Dani apurada. Oí a mis espaldas un golpe extraño, sordo, como imaginaba sonaría mi cabeza estampándose contra el suelo por bajar como una loca la cuesta del río como decía mi abuela. Solo que no había sido mi cabeza, sino la de Nora que había perdido el equilibrio cuando la había soltado y arrastrada por el tronco que nos había ayudado a salir que aún estaba en el agua había tropezado y caído sobre una piedra dándose un golpe mortal en la cabeza. Su cuerpo fue encontrado hinchado y flotando más allá de Arévalo.
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