Rucu-rucu

No entendía porqué habíamos ido hasta allí a poner lavadoras. 600 kilómetros para poner lavadoras. Media península para poner lavadoras. Mientras el resto de primos se entrenían en tareas que a mi juicio eran más divertidas: quitaban cuadros de las paredes y los envolvían en papel de burbujas, hacían montones de libros siguiendo criterios desconocidos, sacaban cajas de cachivaches de los cajones y luego los cachivaches de las cajas, revisaban papeles misteriosos… Mi madre no dejaba de lavar y tender. Lavar y tender. Bajábamos al garaje, cogíamos ropa y subíamos a poner lavadoras. La ropa huele rara y tiene polvo como de volcán. Programa corto.

Camino por la casa, observando las habitaciones y a los primos de mi padre. Es la primera vez que vengo fuera de temporada. Siempre vengo en verano con la casa llena de gente, de colchones tirados en cualquier lugar y de comida. En verano en esta casa simultáneamente y sea la hora que sea alguien duerme, alguien come y alguien está en la playa. Y todo está bien. No sé dónde está la prima Lucía que es la dueña de la casa.

En el garaje uno de los primos de papá está pintando las paredes ennegrecidas. Le ofrezco mi ayuda. Me pide que conecte la manguera y riegue las plantas de la entrada. Las riego. No estoy entendiendo que hacemos aquí porque a todo este jaleo de cajas, gente, cachivaches y demás no le acompaña un ruido, una palabra, un porqué. Los objetos en silencio, las personas en silencio, el pueblo en silencio.. Solo se escucha el rucu rucu de la lavadora.

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