Lo primero que supe de ella es que sabía diferenciar una libélula de un caballito del diablo. Así aprendí yo que no eran el mismo animal con diferente nomenclatura, como sucede con la mariquita que en Argentina la llaman vaquita de San Antonio. Pensé que para qué coño iba a servirle eso en la vida mientras me moría de curiosidad por saber exactamente la diferencia entre una libélula y un caballito del diablo. También sabía la hora exacta a la que entraba cada estación. Lo decía sin venir a cuento. Este año el otoño viene a las 3:05 -soltaba en abril. ¡ A las 21:19 ha entrado la primavera! Sabía un montón de datos y de cosas cuya utilidad era discutible. El número de botones que tuvo un par de zapatos de María Antoñeta ¿Te imaginas lo que tiene que ser ponerte y quitarte eso? El porcentaje exacto de cada metal en una aleación de la primera joya egipcia datada. La historia del púrpura de Tiro… La segunda cosa que supe de ella es que no soporta el silencio y por eso lo llena de forma frenética de datos e historias. Hoy hemos parado en un bar de carretera, hemos pedido caldo de pollo y me ha reprochado andar siempre buscando utilidad a todas las cosas. No todo sirve para algo. Y está bien. Este caldo es avecrem.
Me está contando la historia del caldo concentrado.
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