Latitud: 43º 27′ 01.9″ Norte; Longitud: 7º 13′ 18.8″ Oeste
Estoy casi segura de que el manzano que asoma por la ventana de la cocina, y que no pertenece a esta finca sino a la de Maruja, una de los cuatro vecinos –que junto a Jose, nuestro anfitrión/colega- forman el censo del pueblo, me está tirando sus frutos a propósito.
Estamos a mediados de octubre y en la zona ya se ha recogido el fruto de los manzanos, los castaños, los nogales, etc. –árboles que junto al eucalipto y el pino son los más comunes en el paisaje que rodea la casa-. Recuerdo aquel viaje por Doñana donde el guía insistía en que “los eucaliptos no son autóctonos de aquí”, así, con esa redundancia y haciendo ver que en su marco teórico era muy importante el origen de las cosas. Aquí, tampoco son autóctonos pero han invadido el paisaje que antes ocuparan robles, tejos, abedules y hayas debido a los usos de su madera. Pero hablaba del manzano de Maruja y de cómo tira las pocas manzanas que le quedan cuando yo estoy bajo él.
Pensaréis que podría simplemente evitar ponerme debajo, pero eso no es una opción, y a lo largo del día estoy en varias ocasiones en tránsito bajo parte de sus ramas –lo estoy yo y el resto de ocupantes de la casa, incluídos animales, y algún que otro espontáneo que aparece por aquí a lo largo del día… Pues bien, las manzanas o caen al suelo o me caen a mí. Y van tres desde que llegáramos. Y dos de las tres hicieron diana en la cabeza (la tercera lo hizo en el hombro izquierdo). Vamos que, llamadme loca, pero para mí que este manzano muestra cierta voluntariedad y mucha mala hostia.
Salvando el manzano killer este lugar es magnífico. La casa se sitúa en un pequeño valle lleno de riachuelos y manantiales. Uno de esos riachuelos – rego da trapa- delimita el terreno de la finca por el noreste. Unos cuantos prados marcan las zonas habitadas destinadas a usos no forestales donde puede verse alguna vaca, caballo o burro…. El resto es un gran bosque de eucaliptos creciendo en diferentes etapas sólo interrumpido por algunas líneas de pino y, allí donde los han dejado –las orillas de riachuelos y bordes de camino, resisten algunos ejemplares de acebos, madroño, avellano… Y bajo estos diferentes variedades de helechos, bayas salvajes y brezos en flor. Y setas, muchas setas, que para eso estamos en otoño.
Por las mañanas el valle está cubierto de una niebla ligera cuya masa de aire viene cargada de diminutas gotas de agua salada recogidas en el mar, a unos diez kilómetros de aquí, y que se introduce en el valle desde la Ría del Eo. Jose dice que en los próximos días la niebla bajará y ya no descubrirá el valle hasta la primavera, que fue lo que pasó el año pasado, su primer invierno aquí. Pero estamos teniendo suerte y estos días la niebla levanta, no llueve y luce el sol, lo que reduce considerablemente la sensación de humedad ambiental y nos permite trabajar en los exteriores de Casa Xica.
A nosotros y a la cuadrilla de obreros que nos despierta cada mañana hacia las ocho y media y que están trabajando en la renovación del tejado de la casa. Por momentos nos parece estar en la Gran Vía y es que la máquina que corta la pizarra y que maneja un operario durante toda la jornada hace el ruido de dos o tres martillos neumáticos. La cosa es así: la pizarra viene de fábrica en placas rectangulares de 60x80cm con las líneas rectas y la máquina sirve para redondear los bordes o cortar y que la placa parezca una pizarra rústica y no un producto industrial. Así pues el mecanismo de modelado/corte consiste en un brazo percutor fijo que sube y baja a una velocidad constante (taca-taca-taca-taca) mientras el operario sostiene y gira cuidadosamente la placa para darle la forma deseada. Un trabajo repetitivo y duro, además de ruidoso.
Y, aunque estos trabajos nos han dejado coyunturalmente sin poder usar la cocina de leña (snif, snif) sin embargo ambienta muy bien de cara a trabajar y para nosotros ha sido estupendo poder aprovechar materiales a priori desechados pero originales de la vivienda para otros proyectos. De esta forma hemos reutilizado las pizarras que hacían de tejas para hacer una escalera de acceso con cinco escalones en un desnivel de entrada a la finca y las maderas que un día sirvieron de sostén a esas pizarras como flechas indicativas de un cartel decorativo para la entrada. Las pizarras sobrantes servirán a su vez para un revocado de la fachada y el resto de maderas bien secadas serán leña en unas semanas. Aquí, no se tira nada.
En Casa Xica hay mucho trabajo por hacer, es el proyecto vital de Jose: rehabilitar la casa y convertir parte de ella en un alojamiento turístico. Y los colegas, ya que abusamos de su hospitalidad y gozamos de tan idílico lugar unos días al año, le echamos una mano donde podemos… De hecho, yo voy a ver si me deja continuar el manzano de Maruja ahora que le he pedido a Rosano -el portugués jefe de la cuadrilla- un casco de protección.
Pues no soy exagerada.