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  • 1 de Mayo

    Ayer cumplí 38 años. Ayer había eclipse parcial en Tauro. Fue visible en Argentina. Parece que fue ayer que estuve en Argentina y no fue ayer. Me traje un poco de la intensidad de un porteño que matizo según el día con desconfianza castellana o con gracia andaluza. Tengo los mismos años de terapia que cualquier argentinx medix de mi edad solo que le doy más a la cerveza que al mate, más al jamón que a los chinchulines. Ayer ya fue. Ahora a otra cosa. Lo bueno de ayer, en mi caso, es que comía queso y no me daban cólicos. Recuerdo una vecina de mi madre que a veces le decía “Hoy me toca cólico, voy a hacerme una ensalada de tomates”. Le pregunté a mi madre porque decía eso la señora Carmen y contestó “cuando uno se hace mayor las cosas le van sentando mal”. Que razón tiene mi madre a veces. Un tomate bien vale un cólico, pensaba yo, adjudicándole a la vecina un amor total a su región, ya que la señora era de Murcia, y ya que no vivía en su tierra le dedicaba los dolores desde su exilio madrileño. El gamoneu que nos trajimos de Asturias bien vale un cólico. Voy a cenar un poco con una ensalada de tomates ahora que todavía no me sientan mal.

  • Ano de rata

    A mi madre la llevan los demonios -dicho así por ella misma- oírme decir que tengo casi cuarenta. DiosMioLauraTienes37 sale de su boca como si fuera un torrente de agua, un rayo láser con el que la gustaría fulminarme.

    Hace unas semanas monté en metro en hora punta. Durante el trayecto sólo una persona no tenía los ojos clavados al smartphone. Sentí que si moría allí mismo me pisotearían durante todo el día y al final de jornada lxs empleadxs de limpieza me desincrustarían del suelo con asco. Qué coño es esto. Dale lejía. No sería noticia. Esa misma semana acudí a una clínica de cirugía estética para que cerrarán el agujero que me había dejado en la barbilla llevar el piercing 20 años y que después de año y medio sin él sigue sin cerrar. Entre botox, implantes mamarios y aumento de labios mi “Vengo a cerrarme la herida” Yo lo habría dejado así pero mi cerebro mandó la orden a mis brazos que coreografiándose bajan uno la mascarilla mientras el otro coloca el índice sobre la barbilla. Me susurro imbécil mientras una parte de mi cree haber perdido la oportunidad de curar el existencialismo a precio de cirugía ambulatoria. Tres visitas después es definitivo: Tengo un ano en la barbilla. Sí sí un ano. No saben explicarme cómo en mi barbilla ahora hay un “lugar por donde se expele el excremento” aunque en este caso el excremento es verbal o de pensamiento. Esto sí fue noticia pero tuvieron a bien preservar mi intimidad y en el artículo sólo pusieron mis iniciales. De mi edad no decían nada.

    Así pues a lo que iba, volviendo al momento con mi madre mientras ella dispara su DiosMíoLauraTienes37 a mí, por mi nuevo ano, al que llamo ano de rata por su tamaño y parecido con el del animal, se me escapa un EnSerioMamáEsoEsLoRelevanteAhora

  • La siesta

    La corriente de aire que entra por la ventana mueve las cortinas proyectando sobre la pared de enfrente de la cama una serie de sombras que a ratos la parecen personas a punto de asaltar el dormitorio. Cuando al fin consigue no sobresaltarse con ese vaivén de sombras y ya alcanzando la duermevela parece que las cortinas representan una especie de Pantomima. Como en un teatro de sombras el juego óptico va meciéndola en el sueño.

    Ayuda al sueño que es verano. En la Pantomima de la pared y fuera también. Oye lejana la dulce cadencia de las voces que retrasmiten el tour de Francia que ve su abuelo en el salón de la planta baja. Puede oir el calor que hace que el aire de castilla se vuelva pesado cada tarde de julio y hace cantar a las chicharras. Oye el ladrido desganado de los perros de la vecina con los que se enemistó hace unos días porque intentaron matar a su perra y de no ser por su abuelo, lo hubieran conseguido sin problemas porque Janis, la perra, es una chucha que no pesa ni 8 kilos y nada tiene que hacer frente a mastines y razas grandes. Por primera vez en su vida un animal le cae mal y no sabe muy bien qué tiene que sentir.

    Debido a este suceso y a que en los últimos meses han muerto varios familiares una idea la ronda en la cabeza: la muerte acecha. Mientras la vence el sueño las sombras de la pared ahora la parecen lobos dispuestos a atacar. ¿La muerte acecha como una sombra en la pared o como un lobo? Es igual, se dice a sí misma, no creo que importe, algún día me tocará el hombro y dará igual si es lobo o sombra. Decide en ese instante que esta será su última siesta.

  • Rucu-rucu

    No entendía porqué habíamos ido hasta allí a poner lavadoras. 600 kilómetros para poner lavadoras. Media península para poner lavadoras. Mientras el resto de primos se entrenían en tareas que a mi juicio eran más divertidas: quitaban cuadros de las paredes y los envolvían en papel de burbujas, hacían montones de libros siguiendo criterios desconocidos, sacaban cajas de cachivaches de los cajones y luego los cachivaches de las cajas, revisaban papeles misteriosos… Mi madre no dejaba de lavar y tender. Lavar y tender. Bajábamos al garaje, cogíamos ropa y subíamos a poner lavadoras. La ropa huele rara y tiene polvo como de volcán. Programa corto.

    Camino por la casa, observando las habitaciones y a los primos de mi padre. Es la primera vez que vengo fuera de temporada. Siempre vengo en verano con la casa llena de gente, de colchones tirados en cualquier lugar y de comida. En verano en esta casa simultáneamente y sea la hora que sea alguien duerme, alguien come y alguien está en la playa. Y todo está bien. No sé dónde está la prima Lucía que es la dueña de la casa.

    En el garaje uno de los primos de papá está pintando las paredes ennegrecidas. Le ofrezco mi ayuda. Me pide que conecte la manguera y riegue las plantas de la entrada. Las riego. No estoy entendiendo que hacemos aquí porque a todo este jaleo de cajas, gente, cachivaches y demás no le acompaña un ruido, una palabra, un porqué. Los objetos en silencio, las personas en silencio, el pueblo en silencio.. Solo se escucha el rucu rucu de la lavadora.

  • Adaja

    Íbamos a pasar una buena tarde. Cada una llevaba en la mochila el bocadillo que le había preparado su abuela, un refresco y alguna chuchería. Bueno, Dani y yo llevábamos lo que todos conocemos como chucherías, Nora llevaba una lata de mejillones porque su abuela tenía un concepto diferente sobre lo que son las chuches, pero ella nunca se quejaba. Bajamos la cuesta del río haciendo una carrera con la bici. Siempre lo hacíamos, y Dani siempre ganaba porque era competitiva pero sobre todo porque era valiente y bajaba la cuesta –empinada y llena de curvas- como si no le importara que una piedra la hiciera volar por los aires y la estampara en el suelo, como me decía a mí mi abuela que me pasaría si bajaba como una loca. Suponía que algo parecido le decían a Nora porque ella también bajaba despacio. Llegué la segunda y tiré mi bici al lado de la de Dani. Nos quitamos la ropa y nos metimos en el agua. Fuera, Nora dejaba su bicicleta y sacaba el bocadillo. Para ella lo primero siempre era comer. ´Yo ahora voy que tengo hambre´, nos gritó desde el alto mientras se quitaba la ropa sujetando el bocadillo a la vez. Segundos después un torrente de agua nos arrastraba río abajo como dos jerseys sucios dando vueltas en la lavadora. No sé cómo, en medio de ese caos de troncos, ramas y piedras centrifugando Dani logró agarrarme y agarrarse, a su vez, a un árbol estable que quedaba en medio del agua. A penas podíamos sostenernos porque las ramas arrastradas nos golpeaban. Miramos a nuestro alrededor, no veíamos a Nora, ni las bicis, ni sabíamos dónde estábamos. Observé los labios de Dani temblorosos mientras me decía que teníamos que pensar cómo salir del agua o el agua nos arrastraría. En ese momento me dí cuenta de que íbamos a morir. Estábamos demasiado lejos de cualquiera de las dos orillas como para conseguirlo. Encontrarían nuestros cadáveres hinchados flotando más allá de Arévalo y sería el tema del verano en toda la comarca. Como cuando Manuel e Isi se perdieron en los pinares; Con helicópteros como ese día pero sin final feliz. No dije nada pero creo que Dani estaba pensando lo mismo que yo. Tenía cara de estarse imaginando a sí misma hinchada y flotando boca abajo cuando oímos nuestros nombres. El cuerpo de Nora vestido con un bikini de rayas, sus pies descalzos sucios y arañados, restos de la grasa del chorizo de aquel primer bocado en las comisuras de los labios: Nuestra salvadora. Sin apenas darle tiempo a llegar a la orilla Dani le pidió a gritos que fuera al pueblo a por ayuda porque ella no iba a poder sacarnos sola porque estaba flaca. Nora se alejaba a por su bicicleta y entonces Dani le gritaba que no se fuera, que el pueblo estaba muy lejos y que para cuando llegara con la ayuda ya estaríamos muertas. Nora volvía sobre sus pasos y cuando ya podíamos verla de cuerpo entero Dani volvía a pedirla que fuera a por ayuda al pueblo. Y cuando se alejaba la volvía a pedir que volviera. Y así una y otra vez hasta que por fin Dani le pidió que buscara algo que pudiéramos usar para salir y que se pudiera atar a algún árbol. A mí a estas alturas me parecía como si los troncos que pasaban a nuestro lado pudieran resbalar sin hacernos daño porque nos habíamos convertido en juntos flexibles pero lo que pasaba es que la hipotermia hacia que ya no sintiera dolor en las piernas y estaba casi al borde de perder el conocimiento. ´Mueve las piernas boba´, me grito Dani sacándome de mi ensoñación, ´¿no sabes que hay que moverse para generar calor?´. Dani a veces nos habla como si fuera una profesora cansada de enseñar las mismas cosas, aunque esta vez la frase estaba dicha con el tartamudeo del frío que también le producía la hipotermia. Empecé a mover las piernas y a balancearme como ella hacía con sus labios azules. Éramos sirenas. Nora encontró una cuerda. Pero era corta. Así que la ató a un tronco que flotaba en la orilla pero ningun árbol quedaba lo suficientemente cerca para atar el artefacto así que Nora sujetaría el otro extremo. Dani decidió que yo cruzaría primero porque pesaba menos que ella y luego entre Nora y yo la sacaríamos a ella. Yo estaba muerta de miedo y Dani debió de notármelo porque añadió con su estilo de profesora tartamudeando “tete aagarras al trotronco y tete dejas llellevar, hahaces una paparábola hasta la orilla y aaaallí ya sasasales.´ Yo no sabía si lo que decía era verdad ni sabía lo que era una parábola porque Dani y Nora tenían un año más que yo y a veces no sabía si hablaban de cosas del colegio que yo aún no había aprendido o simplemente me tomaban el pelo. En todo caso quise creer que haría la mejor parábola posible y todo saldría bien. Y no sé muy bien cómo, así fue. Nora volvió a tirar el extremo de la cuerda atado al palo mientras yo me abrazaba a ella para hacer más peso. Dani se agarró y cruzó pero fue a dar a una zona más difícil por la que salir del agua que la obligó a soltar la cuerda para no arrastrarnos a nosotras que nos tambaleábamos y se agarró a unas raíces próximas a la orilla. Me solté de Nora y fui a ayudar a una Dani apurada. Oí a mis espaldas un golpe extraño, sordo, como imaginaba sonaría mi cabeza estampándose contra el suelo por bajar como una loca la cuesta del río como decía mi abuela. Solo que no había sido mi cabeza, sino la de Nora que había perdido el equilibrio cuando la había soltado y arrastrada por el tronco que nos había ayudado a salir que aún estaba en el agua había tropezado y caído sobre una piedra dándose un golpe mortal en la cabeza. Su cuerpo fue encontrado hinchado y flotando más allá de Arévalo.

  • Bitácora

    (…) Los restos del naufragio van secando, los membrillos dan fruto y seguimos agradeciéndole al árbol la sombra que nos dio aquel verano caluroso. Lo superamos sí, hemos aprendido a ser felices de otras maneras y sin embargo la pena nos devora en ocasiones, nos deja las rodillas con flojera.

  • No seremos

    No seremos poesía ni abrigo ni aliento. No seremos jadeo ni baile ni caricia. No seremos encuentro ni madrugada ni niebla.

    No seremos.

    Nadie bailará por nosotros. No llegarán cartas a casa. Ningún perro vendrá a buscarnos a la puerta. No habrá camino que termine en noche.

    No seremos.

  • Semántica

    Las palabras que ya hemos usado no pueden decir cosas nuevas.

  • Insomnio

    A Mika, mi perra, un moco se le hincha y deshincha en la trufa al compás de la respiración. Hincha moco. Veo las olimpiadas de Tokio. Deshincha moco. Lxs deportistas olímpicxs son mucho más jóvenes que yo. Hincha moco. Los estadios vacíos me hacen llorar. Deshincha moco. No sé cómo se llaman lxs medallistas. Hincha moco. Nunca voy a acertar los quesitos naranjas del Trivial. Deshincha moco. Hace años que no juego al Trivial. Hincha moco. ¿Se sigue jugando al Trivial? Hincha moco. Explota moco. Boom. Me he hecho mayor durante la peste. El moco se rehace. Hincha de nuevo. La peste, la puta peste. Deshincha moco. Los estadios vacíos me hacen llorar.

  • Procrastinar

    Compartí piso en Salamanca con Armando, un doctorando mejicano de casi 40 años que no había podido defender la tesis en su país porque iba en contra de los intereses de PeMex, pero eso es otro asunto, y la iba a defender en Salamanca.

    El caso es que Armando se enviaba a la semana en torno a 10 libros, normalmente de segunda mano. Clásicos de la literatura europea, algún que otro ensayo y tratados de ingeniería eran embalados siempre en cajas del mismo tamaño y enviados a su casa en Oaxaca. Siempre puntual, cada martes, como quien procesa una religión y va al templo una vez a la semana. Así hizo durante los meses que vivimos juntos y añadía, cuando Romina -nuestra otra compañera- o yo le preguntábamos si había leído alguno: “los leeré cuando me jubile”. Y eso sonaba no como afirmación sino como un deseo, como si nunca fuera a leerlos y solo estuviera engañándose a sí mismo.

    Recuerdo que en aquel momento yo sentía lástima por él y su procrastinación. Lo que no significa que yo no procrastinara (o siga haciéndolo a día de hoy) solo que entonces renunciaba a planes vacacionales, de playa, culturales, festivos o de cualquier índole por quedarme leyendo en el hotel o en casa. Tenía 21 años y aquel curso también falté a clase por estar “demasiado metida” en alguna lectura (aunque también por jugar a la pocha). Leyendo olvidaba comer o dormir a la hora prevista y lo hacía solo cuando lo pedía el cuerpo… Ese año tuve mucho tiempo para leer porque la cuantía de la beca Séneca (y cierto ahorro) me permitían no trabajar durante el curso. Leí como nunca, como imaginaba quería leer Armando cuando se jubilara y la verdad es que me sentía dichosa por poder hacerlo.

    Ahora siento lo mismo que sentía en aquel momento por Armando por mi misma. Su “los leeré cuando me jubile” es mi “en vacaciones leeré sin interrupciones”. Si bien en último término cualquiera de los enunciados viene a decir “procrastino algo que sé que quiero hacer (me gusta/me da placer/me hace feliz) por razones indeterminadas e ininteligibles para mí y los demás”

    En fin, que echo de menos leer sin que nada más que eso importe…