Igual daba que viajara por la provincia, el país, el continente o el otro lado del globo… Cuando preparaba el equipaje –siempre a última hora, improvisado- metía en la valija un libro de relatos de Edgar Allan Poe. Tenía el convencimiento de que abierto, el libro, a kilómetros del lugar dónde lo había leído la primera vez –había leído todo lo que Poe había escrito y estaba publicado (y traducido) durante su juventud- sería un libro nuevo, un misterio nuevo, una emoción nueva, y, sin embargo, la razón última de este imprescindible en la maleta era sentirse en casa… Tan sólo un destino no gozaba del acompañamiento de los relatos de Poe, pero ese era otro asunto. En aquel momento no tenía previsto ningún viaje, ni siquiera para las próximas semanas, y desde luego no iba a preparar el equipaje con semejante antelación pero hoy se había levantado con un único objetivo: (re)leer a Poe… Con este pensamiento se dirigió a la librería del salón que contenía su obra: Varias ediciones de un mismo libro, libros compilatorios, la obra completa en una buena edición… Poe ocupaba un lugar relevante en aquellos estantes… Se decidió por el primer tomo de los Cuentos que editó Alianza con la traducción y los comentarios de Cortázar y se sentó en la mesa del comedor dejando colgadas las piernas… Lo acercó a la cara y olió sus páginas, era algo que hacía con cada libro y con el paso de los años se maravillaba de los nuevos olores que podía descubrir. Abrió al azar y el libro le mostró El pozo y el péndulo. Buscó el principio del relato y comenzó a leer: “Sentía náuseas, náuseas de muerte después de tan larga agonía…”
Al concluir la lectura sintió cierta conmoción. Y el leve remordimiento de sentirse como en casa le acompañó el resto del día…
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Reducto
Lo había conseguido.
Conducía en dirección a la casa de sus padres –para darles personalmente la buena nueva- recordando la conversación que acababa de mantener:
“(…) ¿Te das cuenta de lo que eso significa, amor? Ya no tenemos porqué amarnos… Se acabó. Nos basta con repetir clichés, aparentar… Hacer lo que se espera de nosotros…
– ¡Qué bueno! Ser egoístas, egocéntricos e hipócritas, sin remordimientos y con el beneplácito de nuestra sociedad. Ah, qué bien.
– Sí amor, podemos ser superfluos para siempre…”
Su ensoñación fue interrumpida por el timbre del móvil.
– Dime
– ¿Me oyes bien?
– Sí, voy conduciendo pero llevo conectado el bluetooth . Dime
– ¿Lo tienes?
– ¡¡Sí!! ya es mío
– Enhorabuena ¿Ya no pretendes nada? ¿Oficialmente?
– Eso es: Observo y repito. Ya no tengo que cuestionar nada, ni tengo que sufrir… Sólo tengo que no ser disidente y todo irá bien.
– Pues, a ver si lo celebramos ¿no?
– Sí, mandaré una invitación por facebook para celebrarlo esta semana…
– Perfecto. Hablamos. Ciao
– Ciao
Al colgar se dio cuenta de que se había pasado la salida. `Joder` – murmuró y decidió entrar por la siguiente. Le haría tardar algo más al obligarle a atravesar el barrio de sus padres desde la otra punta pero ya no podía hacer otra cosa. Unos minutos después empezó a encontrarse mal. Aparcó y decidió seguir caminando, ya no estaba lejos. El calor era sofocante. Al pasar por “el don” –el parque más cercano a la casa de sus padres- decidió sentarse un rato bajo los prunos. Pensaba en cómo les daría a sus padres la noticia y decidió levantarse para no retrasarse aún más. Llegó, al fin. Llamó al timbre. Abrió su padre. Pasó al interior, se saludaron y sólo después dijo:
– “Mamá, papá. Ya estoy Reducida”
Sus padres no pudieron mas que llorar de felicidad. -
Kaiser
Érase un Kaiser
que vivía en la sexta planta de un bloque de once pisos
al que un día
se le escindió
Baviera.
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Pentagrama
Según la teoría musical y de forma abreviada, un pentagrama son las cinco líneas y cuatro espacios sobre los que se escribe la música.
A veces sólo veo líneas.
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Infinito y estrecho
- ¿Cómo dices?
- Digo que es infinito y estrecho. Las dos cosas.
- ¡¿Pero cómo va a ser infinito y estrecho a la vez?! No entiendo nada.
- Que sí, que sí, que el universo es infinito y todo lo que tu quieras, pero todo lo que tiene de infinito lo tiene también de estrecho.
* Infinito: 1. Adj. Que no tiene ni puede tener término. Estrecho: 6. Adj. Apocado, miserable, tacaño. (Diccionario de la Lengua Española. RAE. Vigésimo segunda edición)
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Hoy en «Cualquier tiempo pasado fue anterior»: El R8 de mis abuelos
Coordenadas desconocidas
El Renault 8 de mi abuelo nunca nos llevó muy lejos pero rugía como si viniera de vivir grandes aventuras. Recuerdo que aunque estuviera en la otra punta del pueblo sabía cuando llegaban mis abuelos por aquel ruido tan característico. Claro que esto también era posible porque el pueblo es pequeño y sólo tiene una carretera que lo atraviesa de norte a sur. Pero es un hecho que rugía y no sólo para mí, ya que si yo no lo había escuchado alguien lo hacía y me decía: “Ahí viene el coche de tu abuelo”.
Recuerdo que en la palanca de cambio había una especie de decoración hecha de ámbar y conchas, seguramente fea pero integrada en el conjunto; recuerdo un salpicadero de madera donde mi abuela había colocado la estampita de la virgen del desprecio, de su pueblo natal, no fuera a ser que por no llevarla nos fuera a pasar algo. Mi abuela más que creyente por convicción es creyente por precaución, esto es, llevaba a la virgen en el coche como llevaba agua, anticongelante, aceite o rueda de repuesto, es decir: por si acaso. Recuerdo que la tapicería original estaba impecable porque mi abuela nunca había dejado que estuviera sin proteger. Por aquel entonces lucía unas fundas de un tejido muy suave y esponjoso con un estampado de cebra que contrastaba con el color guinda –mi abuela siempre lo describió así- de la carrocería.
Recuerdo su maletero delantero, ese donde cabían, siempre según mi abuela, un número determinado de bultos. En este país antes de usar troleys y bolsas de rafia se empaquetaba en cajas y atillos y mi abuela en esto siempre fue muy buena y hacía embalajes que ni las mejores agencias de transporte igualan hoy. Tras empaquetar anunciaba severamente: Lleváis 4 bultos: 2 cajas, una bolsa y la maleta. Tenéis que llegar a casa con 4 bultos. Luego nos miraba profundamente y decía: 2 cada una, 4 en total. No os dejéis nada. Y metíamos los 4 bultos en el maletero, que por aquel entonces llamábamos capó. Yo imaginaba –claramente influenciada por la factoría Disney- que los bultos empezarían a multiplicarse –como las escobas de Fantasía o los elefantes rosas en Dumbo- y mi madre y yo seríamos incapaces de cumplir con la misión encomendada por mi abuela.
Recuerdo que esa fue una de sus principales funciones hasta el final: hacía de enlace con los autobuses a Madrid. Aunque también acompañaba en las compras y los recados; íbamos en él a las visitas o a por níscalos y fue mi coche ambulancia mucho tiempo. Llevando a cabo esta última función una vez me comí un bocadillo en su interior como algo excepcional. Mi abuela lo preparó porque me daban el alta después de varias semanas en el hospital y, como es una mujer previsora, harta de la comida de hospital también, se llevó unos bocadillos de casa. Había tardado tanto en salir que teníamos prisa y ganas de llegar. Me comí el mío en el trayecto a casa y desde entonces no he vuelto a comer en un coche. No merece la pena.
Recuerdo también que se deshicieron de él más o menos al mismo tiempo que los recuerdos empezaron a abandonar a mi abuelo. Lo vendieron por una cantidad simbólica a un tipo que usaría sus piezas para otro R8, éste con suerte, de rally competición. Así que terminaría sus días siendo una caja de recambios. Triste futuro para un gran coche y también para mi abuelo, al que a día de hoy ya han abandonado todas sus vivencias, recuerdos y capacidades. Así que yo prefiero imaginarles en otro presente a los dos: Al Renault 8 color guinda retirado en La Habana, llevando a turistas de acá para allá por unos dólares convertibles y a mi abuelo bailando pasodobles con mi abuela en un hotel de Benidorm.
Ninguno de los tres se merecía menos.
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Casa Xica: Manzana, pizarra, madera.
Latitud: 43º 27′ 01.9″ Norte; Longitud: 7º 13′ 18.8″ Oeste
Estoy casi segura de que el manzano que asoma por la ventana de la cocina, y que no pertenece a esta finca sino a la de Maruja, una de los cuatro vecinos –que junto a Jose, nuestro anfitrión/colega- forman el censo del pueblo, me está tirando sus frutos a propósito.
Estamos a mediados de octubre y en la zona ya se ha recogido el fruto de los manzanos, los castaños, los nogales, etc. –árboles que junto al eucalipto y el pino son los más comunes en el paisaje que rodea la casa-. Recuerdo aquel viaje por Doñana donde el guía insistía en que “los eucaliptos no son autóctonos de aquí”, así, con esa redundancia y haciendo ver que en su marco teórico era muy importante el origen de las cosas. Aquí, tampoco son autóctonos pero han invadido el paisaje que antes ocuparan robles, tejos, abedules y hayas debido a los usos de su madera. Pero hablaba del manzano de Maruja y de cómo tira las pocas manzanas que le quedan cuando yo estoy bajo él.
Pensaréis que podría simplemente evitar ponerme debajo, pero eso no es una opción, y a lo largo del día estoy en varias ocasiones en tránsito bajo parte de sus ramas –lo estoy yo y el resto de ocupantes de la casa, incluídos animales, y algún que otro espontáneo que aparece por aquí a lo largo del día… Pues bien, las manzanas o caen al suelo o me caen a mí. Y van tres desde que llegáramos. Y dos de las tres hicieron diana en la cabeza (la tercera lo hizo en el hombro izquierdo). Vamos que, llamadme loca, pero para mí que este manzano muestra cierta voluntariedad y mucha mala hostia.
Salvando el manzano killer este lugar es magnífico. La casa se sitúa en un pequeño valle lleno de riachuelos y manantiales. Uno de esos riachuelos – rego da trapa- delimita el terreno de la finca por el noreste. Unos cuantos prados marcan las zonas habitadas destinadas a usos no forestales donde puede verse alguna vaca, caballo o burro…. El resto es un gran bosque de eucaliptos creciendo en diferentes etapas sólo interrumpido por algunas líneas de pino y, allí donde los han dejado –las orillas de riachuelos y bordes de camino, resisten algunos ejemplares de acebos, madroño, avellano… Y bajo estos diferentes variedades de helechos, bayas salvajes y brezos en flor. Y setas, muchas setas, que para eso estamos en otoño.
Por las mañanas el valle está cubierto de una niebla ligera cuya masa de aire viene cargada de diminutas gotas de agua salada recogidas en el mar, a unos diez kilómetros de aquí, y que se introduce en el valle desde la Ría del Eo. Jose dice que en los próximos días la niebla bajará y ya no descubrirá el valle hasta la primavera, que fue lo que pasó el año pasado, su primer invierno aquí. Pero estamos teniendo suerte y estos días la niebla levanta, no llueve y luce el sol, lo que reduce considerablemente la sensación de humedad ambiental y nos permite trabajar en los exteriores de Casa Xica.
A nosotros y a la cuadrilla de obreros que nos despierta cada mañana hacia las ocho y media y que están trabajando en la renovación del tejado de la casa. Por momentos nos parece estar en la Gran Vía y es que la máquina que corta la pizarra y que maneja un operario durante toda la jornada hace el ruido de dos o tres martillos neumáticos. La cosa es así: la pizarra viene de fábrica en placas rectangulares de 60x80cm con las líneas rectas y la máquina sirve para redondear los bordes o cortar y que la placa parezca una pizarra rústica y no un producto industrial. Así pues el mecanismo de modelado/corte consiste en un brazo percutor fijo que sube y baja a una velocidad constante (taca-taca-taca-taca) mientras el operario sostiene y gira cuidadosamente la placa para darle la forma deseada. Un trabajo repetitivo y duro, además de ruidoso.
Y, aunque estos trabajos nos han dejado coyunturalmente sin poder usar la cocina de leña (snif, snif) sin embargo ambienta muy bien de cara a trabajar y para nosotros ha sido estupendo poder aprovechar materiales a priori desechados pero originales de la vivienda para otros proyectos. De esta forma hemos reutilizado las pizarras que hacían de tejas para hacer una escalera de acceso con cinco escalones en un desnivel de entrada a la finca y las maderas que un día sirvieron de sostén a esas pizarras como flechas indicativas de un cartel decorativo para la entrada. Las pizarras sobrantes servirán a su vez para un revocado de la fachada y el resto de maderas bien secadas serán leña en unas semanas. Aquí, no se tira nada.
En Casa Xica hay mucho trabajo por hacer, es el proyecto vital de Jose: rehabilitar la casa y convertir parte de ella en un alojamiento turístico. Y los colegas, ya que abusamos de su hospitalidad y gozamos de tan idílico lugar unos días al año, le echamos una mano donde podemos… De hecho, yo voy a ver si me deja continuar el manzano de Maruja ahora que le he pedido a Rosano -el portugués jefe de la cuadrilla- un casco de protección.
Pues no soy exagerada.


